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Un café con sal

E-book - «Un café con sal». Summary of the book:

Un café con sal
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—¿No crees en el amor?

La joven asintió pero, acalorada por la pregunta, respondió:

—Sí. Aunque no creo en los cuentos de príncipes y princesas.

—¿Puedo besarte de nuevo, Elizabeth?

La respiración agitada de la joven se aceleró y, mientras asentía con la cabeza, afirmó con un hilo de voz:

—Estás tardando, Willy.

Azorado por aquella inmediata invitación, William acercó su boca. Paseó sus labios sobre los de ella para sentir su suavidad, su calidez y su locura y, cuando la impaciencia lo consumió, la agarró para acercarla aún más a él y la besó. Le introdujo la lengua en la boca con avidez y descaro y paladeó cada rincón de aquella excitante boca sin importarle que los miraran.

Lizzy, dispuesta a olvidar que era su jefe supremo, se dejó besar. Lo deseaba. Él estaba allí. Aquello era una chifladura, algo que no debería estar haciendo, pero, incapaz de negarle a su cuerpo lo que anhelaba, decidió dejarse llevar por el momento.

Cuando segundos después él se separó de ella y la sintió temblar como lo había hecho cuando estaban a solas en el despacho, murmuró:

—Ni te imaginas el intenso deseo que siento por ti, Elizabeth.

Acalorada por aquello, se levantó del sillón y, ante su mirada, se sentó a horcajadas sobre él y siseó, acercándose peligrosamente a su boca:

—Ni te imaginas el salvaje deseo que siento yo por ti, Willy.

Dicho esto, y con una posesión que lo dejó sin habla, lo besó. Le introdujo su húmeda lengua en la boca y, apretándose contra él, le hizo saber cuánto le gustaba aquella cercanía y cuánto deseo guardaba en su interior.

Lizzy se percató de lo excitado que estaba. Notaba su pene hinchado y latente bajo su cuerpo y, con descaro, murmuró:

—Relájate, Willy, a tu edad no es bueno sobreexcitarse.

Divertido por aquello, la miró y, dándole una palmada en el trasero, afirmó:

—Eres una descarada, Elizabeth Aurora. —Ambos rieron por aquello y, tras besarla, preguntó—. ¿Qué estamos haciendo?

—Besarnos —susurró enloqueciéndolo.

Un nuevo beso… dos… tres…

La pasión crecía entre ellos de una manera descontrolada y, cuando ella abandonó finalmente su boca, sin levantarse de sus piernas, lo miró. Le quitó la americana y, al intentar dejarla sobre su sillón libre, ésta cayó al suelo. Rápidamente él la recogió y la dejó sobre el asiento. Con una sonrisa, Lizzy le desató el apretado nudo de la corbata y, tras quitársela y dejarla en la mesa, le desabrochó el primer botón de la camisa y susurró:

—Creo que así estarás mejor.

Él sonrió y ella, al ver aquella ponzoñosa sonrisa al estilo Edward Cullen, lo despeinó y añadió:

—Y así, todavía mejor.

Satisfecho, le tocó el cabello y, mientras pasaba una mano por el lado rasurado, preguntó:

—¿Por qué te hiciste esta monstruosidad en la cabeza?

Boquiabierta por su comentario, respondió:

—Es tendencia, y personajes tan populares como Rihanna, Pink, Avril Lavigne… lo llevan. Me gusta y a mis colegas también, aunque tenías que haber visto la cara de mi pobre madre el día que me vio por primera vez, ¡casi le da algo!

William sonrió y, recordando algo que ella le había contado, dijo:

—Normal. Ella quería una princesita y no un X-Men.

Lizzy soltó una risotada y él, pletórico por tenerla encima, añadió:

—Creo que estarías infinitamente más bonita con toda la melena igualada.

—¡Qué aburrida! Y ya puestos, con traje y corbata como tú, mejor que mejor, ¿verdad? —se mofó divertida.

Él asintió y murmuró:

—Qué interesante.

Ambos reían por aquello cuando de pronto se oyó a su lado:

Uoooolaaaaaaaaaaaa, Lizzy la Loca.

William y ella miraron hacia donde procedía la voz y ésta, al ver a uno de sus amigos, saludó:

Uooolaaaaaa, Cobaya, ¿qué tal?

El tal Cobaya, un hipster moderno con barba, vestido con camisa a cuadros y pantalón vaquero caído, sonrió y respondió:

—He quedado con Lola y el Garbanzo en la acera de enfrente, pero he entrado a por una magdalena gigante. ¡Joder, aquí están de muerte! —Rió—. Iremos al local de ensayo. Nos han contratado para las fiestas de un pueblo de Madrid, ¿te apuntas?

—Ostras, qué bien, tío. ¿Lo sabe la peña? —preguntó Lizzy.

El Cobaya, tras dar un mordisco a su magdalena, asintió y con la boca llena dijo:

—Sí. ¡Será brutal!

Ambos rieron y Lizzy, al mirar a un descolocado William, dijo:

—Willy, te presento a Cobaya. Cobaya, él es Willy.

—William —corrigió él.

Con diplomacia, fue a tenderle la mano cuando vio al tal Cobaya con el puño cerrado y le oyó decir:

—Venga va, tío, saludarse así es de carrozas. Choca los nudillos, colega, ¡es lo que se lleva!

Boquiabierto por aquello, William cerró el puño como él y, tras chocar los nudillos, Cobaya dijo sonriendo:

—Eso está mejor, Willy.

—William —insistió.

Sin pedir permiso, el Cobaya echó hacia un lado la americana y se sentó en el sillón que Lizzy había dejado libre para hablar con ellos.

Durante varios minutos, William fue testigo de cómo hablaban de música, amigos, cine y locuras. Oírlos reír le hizo sentirse mayor, desfasado y fuera de lugar.

Lizzy, sin percatarse de nada, parecía cómoda con la situación creada, pero él no podía estar más a disgusto. No sólo los separaba una generación. Los separaban mil cosas.

El tenerla sentada sobre él en aquel local delante de la gente lo estaba poniendo cardíaco, y ella parecía no darse cuenta. De pronto, y cuando creía que iba a explotar, el recién llegado se levantó y dijo:

—Lizzy la Loca, Willy, os dejo. Acabo de ver al Garbanzo y a Lola. ¡Nos vemos!

Ciao, Cobaya. ¡Hasta pronto, colega!

Una vez que se quedaron de nuevo a solas, confundido por lo ocurrido, la miró y preguntó:

—¿Lizzy la Loca? ¿Por qué te llama así?

Sonriendo, Lizzy bajó la voz.

—Es una larga historia. Sólo te diré que, cuando me enfado, ¡me vuelvo loca! Ejemplo más reciente: ¡un café con sal!

Sorprendido por aquella aclaración, y tras recordar aquel asqueroso café, fue a hablar cuando ella añadió:

—El Cobaya, el Garbanzo y Lola tienen un grupo de música llamado Los Cansinos, y son buenísimos. Tendrías que escucharlos. ¿Quieres que vayamos al local de ensayo?

Bloqueado, la miró. ¿Él en un local de ensayo con aquéllos?

Sin demora, se quitó a la joven de encima. Aquella intromisión le acababa de aclarar que lo que estaba haciendo era una auténtica tontería. Él, ella y sus mundos nada tenían que ver, así que murmuró:

—Es mejor que me vaya.

Sorprendida por aquel cambio de actitud, la chica preguntó:

—¿Por qué? ¿Qué ocurre, Willy?

—William —gruñó mientras se cerraba el botón de la camisa—. Mi nombre es William.

Descentrada al verlo de pronto tan molesto, fue a protestar cuando él sentenció sin mirarla:

—Esto no es una locura, es un error.

Molesta por aquello, Lizzy no sonrió y afirmó:

—Tienes más razón que un santo, pero también creo que…

—Escucha, Elizabeth —la cortó—. Tú y yo nos atraemos, de eso no me cabe la menor duda. Pero soy un hombre adulto que vive en un mundo donde la gente no se agujerea las orejas, ni se rapa media cabeza por amor al arte… y he de ser juicioso y saber parar cuando he de hacerlo. Además, mañana regreso a Londres y creo que lo mejor es que lo dejemos aquí.

Ahora la descolocada era ella. ¿Y por qué la había seguido? ¿Por qué le había pedido otro beso? ¿Por qué le había dicho las cosas que le había dicho?

Sin cambiar su gesto para no hacerle ver lo mucho que le dolía que se marchara, y no sólo del Starbucks, dijo mientras guardaba su iPad en el bolso:

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